viernes, 28 de abril de 2023

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ROMERÍA DE LES USERES (CASTELLÓN). 1983.


La naciente mañana de este último viernes de abril contempla su salida.


Y lo hacen en silencio, con espíritu de sacrificio.


"Yo he pisado nieve, agua", me decía en 1983 Salvador Gil García, quien, a sus 58 años, había subido una vez como guía, dos como peregrino y otra como clavario. “Haga el tiempo que haga, hay que salir”.


Son 12 hombres, en memoria de los 12 apóstoles.


Van acompañados por un sacerdote, un guía, los clavarios (encargados del avituallamiento y de atender y ayudar a los peregrinos), el rezador y los cantores, además de los muleros (llamados también acemileros, o càrregues), con las mulas que portan los alimentos, que serán frugalmente consumidos.


El origen de esta romería penitencial, una de las más impresionantes de cuantas se conservan en España y una de las más sentidas y profundamente vividas, se remonta a los siglos XIV y XV (época de San Vicente Ferrer) y al voto realizado por el pueblo de Les Useres, acosado por diversas epidemias, hambre y sequía.


Sus descendientes siguen, centenares de años después, manteniendo el compromiso adquirido.


La distancia entre la iglesia de la localidad y el santuario de Sant Joan de Penyagolosa, ubicado en el punto más alto de la Comunidad Valenciana (1.800 metros), es recorrida campo a través, por sendas y veredas que surcan la atormentada orografía de estas tierras del interior castellonense. 


Una marcha esforzada, sobria y silenciosa, llena de sentido.


El resto de momentos y ceremonias está impregnado de un profundo respeto.


Y una profunda verdad.


María Ángeles Sánchez

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