ERNESTO CARDENAL
Vino a lo que vino: a denunciar la situación de su país, Nicaragua y la ayuda armamentística que el dictador Anastasio Somoza estaba recibiendo del Gobierno español.
Corría el mes de noviembre de 1977 y el Gobierno de la incipiente democracia española emitió un comunicado negando las acusaciones: no podía hacer otra cosa.
Mi entrevista con el poeta, sacerdote, defensor de la Teología de la Liberación y revolucionario Ernesto Cardenal encontró acomodo en las páginas de la revista de vida cristiana progresista "Yelda".
Regresó unos meses después y le volví a entrevistar, esta vez para "Blanco y Negro".
Había nacido en Granada (Nicaragua) en 1925 y murió en 2020. Mañana es su cumpleaños.
Recuerdo su hablar lento, pausado; sus ideas fijas, urgentes y su cinta multicolor ciñéndole la frente. Además de su pelo y barba blancos.
"Busco el establecimiento del Reino de Dios en la tierra", me dijo, como principio inamovible.
Antes de desarrollar un discurso reivindicativo, del que no se salía ni siquiera para hablar de su gran pasión: la poesía.
El terrible régimen somocista cayó, los sandinistas y otras fuerzas opositoras llegaron al poder en 1979, Cardenal fue entre 1979 y 1987 ministro de Cultura y después (como Gioconda Belli, como Sergio Ramírez) se apartó de las derivas autoritarias personificadas en el presidente Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo.
Y se convirtió en su opositor más respetado, influyente y odiado (por el régimen). La persecución contra el poeta llegó más
allá de su muerte.
Cardenal, desde su mítica, mística, comprometida y artística comunidad del archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua, no dejó nunca de luchar por el establecimiento del Reino de Dios en la tierra.
Del lado siempre de los pobres, en quienes vio encarnado ese Reino de Dios que buscaba, a ellos y a su poesía dedicó Ernesto Cardenal (como hizo toda su vida) sus últimos y muy fecundos años.
María Ángeles Sánchez
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