sábado, 5 de febrero de 2022

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LAS ÁGUEDAS. PELEAGONZALO (ZAMORA). 2003

Pasamos mucho tiempo juntas ese día de las Águedas de 2003.

Elena Fernández Gato estaba feliz. Era una de las dos mayordomas y había trabajado mucho para preparar los vestidos de su cargo: uno para la misa y otro para pedir la miaja.

Aún en 2004, según me contó para una nota en El Viajero, se hizo "un pañuelo de lentejuelas, que me ha quedado precioso".

Junto a las dos mayordomas (Heliodora Matilla compartió el cargo con Elena) figuran tres alcaldesas, tocadas con sombreros de flores. En la mano, una vara que los chavales intentan arrebatar.

La plaza y aledaños de esta pequeña localidad zamorana, de nombre evocador, se convierten en escenario de forcejeos y carreras entre los más jóvenes.

Las águedas festejan a su patrona, Santa Águeda, a quien un sanguinario gobernador romano, Quinciano, arrancó lo más hermoso de su cuerpo: los pechos. De ahí su patronazgo sobre las mujeres que amamantan a sus hijos. 

Tan terrible sufrimiento no logró doblegar el ánimo de la doncella cristiana, recordada ahora en imágenes que suelen llevar en las manos una bandeja con dos senos de plata.

El crimen, allá por el siglo III, no quedó sin castigo: Quinciano, horrorizado por su acción, emprendió una veloz huida, interrumpida cuando el caballo, en un violento movimiento, le descabalgó, arrastrándole hasta su muerte.

Muy lejos de ese dramatismo, esta tarde de febrero discurre cálidamente (a pesar de la fría temperatura) en una celebración, hace casi veinte años, con más participantes que espectadores.

María Ángeles Sánchez

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