martes, 17 de enero de 2023

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ENCAMISÁ. NAVALVILLAR DE PELA (BADAJOZ), 1984.


Se ha iniciado apenas la noche del 16 de enero. Es víspera de San Antón. Las calles de Navalvillar de Pela, en la Siberia extremeña, cobran a estas horas una actividad inusitada y hermosa. Todo el mundo se dispone a festejar al santo patrón con incontables hogueras que jalonan el recorrido de la Encamisá, o Carreras de San Antón, que de las dos formas se llama.


Caballos y mulas –predominan los primeros– han sido cuidadosamente enjaezados. El adorno más característico es la multicolor manta de madroños, llamada también guapa.


Los jinetes van, a pesar del frío, en mangas de camisa, generalmente blanca. Llevan una ancha faja roja a la cintura y, en la cabeza, un pañuelo que les ciñe y luego se prolonga hacia arriba en un curioso pirulí. Atado al cuello, un pañuelo también rojo, con la frase “¡Viva San Antón!” bordada.


A las ocho de la tarde, después de una invitación popular en el Ayuntamiento, sale la música a la calle. Hay repique de campanas y estallan, en esta fría noche invernal, cohetes y petardos. Es la señal para que la comitiva, encabezada por el tambor y la bandera, se ponga en marcha.


Cuando estos dos símbolos pasen por tercera vez bajo la bóveda de la plaza, la Encamisá habrá terminado. Pero para ello faltan aún más de tres horas.


Durante toda la noche los jinetes no dejan de lanzar ¡vivas!, que son coreados por los espectadores, agitando los brazos al tiempo. El resultado final suele ser que, además de agotados, los caballistas terminan afónicos. Pero eso no parece preocuparles demasiado.


Estos ¡vivas! son siempre los mismos: ¡Viva San Fulgencio! (en cuya festividad se lleva a cabo la celebración), ¡Viva San Antón!, ¡Viva San Antonino!, ¡Que viva ese chiquirrinino! (en una expresión bien extremeña), ¡Viva ese santo bendito!, ¡Viva San Antón bendito!


Y así una y otra vez, durante horas, incansablemente.


María Ángeles Sánchez

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