viernes, 27 de enero de 2023

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FIESTA DE LA VACA, O DE LA MADRE COCHINA. SAN PABLO DE LOS MONTES (TOLEDO), 1983.

Fui por primera vez hace 40 años. Y me encantó esta celebración alborotadora, rompedora y llena de elementos rituales.

Ahora ya no hay quintos. Pero la fiesta se mantiene.

Aquí no eran los mozos que iban a entrar en filas los protagonistas, sino aquéllos que habían cumplido ya su servicio militar. Al que había ido más lejos (tradicionalmente, al Sáhara) le daban a elegir vaca o madre cochina.

La madre cochina es un hombre disfrazado de mujer con sayas, toquillas, exageradamente maquillado y a menudo con peluca. Ese día, entre otras licencias, puede permitirse la de levantar las faldas a cuantas mujeres encuentra a su paso.

La vaca es un hombre vestido con traje campero, zahones –aquí les llaman delanteros– labrados, botos y, en la mano, una larga vara, adornada con cintas de colores trenzadas, que forman una cola al final; en el otro extremo, unos cuernos ornamentados con cintas de colores.

Junto a ellos figura el escobonero (delanteros y una especie de zamarra de cuero a la espalda, con los escobones colgando, que utiliza para barrer a los que se caen). 

Los cencerreros portan manojos de cencerros y no van vestidos de una forma especial. Algunos se pintan la cara, sobre todo el escobonero. Los acompañan dos grupos, uno formado por los quintos de ese año y el otro por niños.

La larga iniciación comenzaba a los 16 años. Sus fases se fueron diluyendo de acuerdo con la pérdida de importancia de los actos relacionados con la incorporación a filas. Y, por supuesto, con la desaparición en 2002 del servicio militar obligatorio.

La fiesta culmina el 25 de enero, día de San Pablo, en el que los jóvenes que habían regresado del servicio militar se enseñoreaban del pueblo.

María Ángeles Sánchez

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