"Siento una frialdad extraña alrededor mío. No hay calor humano aquí. Todo el mundo en sus cosas. Y yo queriendo acercarme a los demás y sin lograrlo".
Así se expresaba la poeta Ernestina de Champourcin en un texto recogido en la exposición "Las Sinsombrero". No sé si referido a su duro exilio en México o a su no menos duro regreso a España en 1972, aún en pleno franquismo.
Ajena, posiblemente, a los dos mundos.
Arrastrando un ansiado (y tremendo) documento como asilada política, emitido por el Registro de Extranjeros del Servicio de Emigración del Gobierno mexicano, tan abierto y generoso con toda la diáspora española fiel a la República.
En él se informa, a quien quiera saber, de que Ernestina tiene una constitución fisica regular, mide 1,65 metros, su cabello es negro, los ojos pardos y la nariz "sinuosa".
Asimismo, de que la poeta (una de las más importantes de la Generación del 27), que había recibido una educación exquisita, habla francés e inglés, lo cual le sería de suma utilidad para ganarse la vida en el exilio.
Y de que puede dar referencias de ella en México el también escritor Alfonso Reyes.
De lo que no dice nada el documento es de su carácter resuelto, del que tanto tuvo que echar mano; y de su mirada, desoladamente triste.
Cuánta vida, y cuánto dolor, en una fría (pero imprescindible) cartulina burocrática.
María Ángeles Sánchez
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