lunes, 8 de agosto de 2022

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SA BALLADA. SANT VICENT DE SA CALA (EIVISSA), 1998.


Hay un ambiente de expectación en esta tarde de agosto de 1998: desde 1954 no se bailaba en el Pou des Baladre.


Todos aguardan a que Catalina Marí y Antoni Torres inauguren Sa Ballada.


"El meu marit es jove", me dice Catalina, de 93 años. Su esposo tiene 88.


Cuando ve que le voy a hacer una fotografía se arregla, coqueta, el pañuelo que cubre su cabeza .


"Molts amics i bons" (muchos amigos y buenos), han dicho al llegar, a modo de saludo.


La gente ha ido acudiendo hasta este lugar recóndito, casi perdido en el bosque. Siempre hay un pozo en el escenario de las ballades. "Se juntaban donde había agua, que es donde había vida", me aclaran.


La vida, alegre y familiar, sigue estando aquí, en unas ballades recuperadas por toda la isla.


Tambor, flauta, grandes castañuelas ibicencas, trajes tradicionales, orelletes, bunyols y vino.


Y el Ball Pagès que inauguran Catalina y Antoni, en medio de la emoción, entusiasmo y cariño de los presentes.


La despedida no puede ser mejor. Antoni me brinda un consejo, y un deseo, impagables: "Que tenga alegría. No se crea eso de que con la salud es suficiente. Hay que tener alegría".


María Ángeles Sánchez


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